Vinculada a cierta vertiente del realismo mágico, esta obra parte de una hipótesis imaginativa, podríamos llamarla poética en la más profunda acepción del término (en tanto poiésis, es decir creación original) para llevar hasta las últimas consecuencias (consecuencias nefastas para cada uno de los personajes) este efecto disparador. Tal hipótesis es la siguiente: el dos de noviembre, que acaba de comenzar hace unas horas en el tiempo de la obra, los ángeles emprenden un viaje a Oriente para dejar sin protección por unas horas a los habitantes de una ciudad como tantas otras. Los diez personajes que componen la obra se reúnen azarosamente en un hotel, y sus historias comienzan a hacerse cada vez más siniestras a medida que avanza el tiempo, que parece haberse quedado atascado a las 6 de la mañana…
La atmósfera onírica se hace patente desde el inicio, y no por esto los personajes se hallan exentos de una profunda e inevitable carnalidad. Fantasía e instinto son las claves que definen la pieza, en una aparente, pero en el fondo inexistente, contradicción. Estos personajes, que cargan sobre sus hombros el peso atroz de una historia personal tan desviada como su carácter, llevan nombres vinculados a la mitología griega. No quisiera extenderme aquí sobre las razones de la actualización mítica en el mundo contemporáneo, baste recordar que todo mito se define por su representación de un comportamiento considerado universal, válido y aplicable a todos los lugares y a todos los tiempos (concepto asociado al de inconsciente colectivo de Karl Jung), un esquema de comportamiento profundamente humano, que clava sus raíces en la esencia más primitiva de los hombres. Porque nuestro teatro habla del hombre. No de historias, sino de los hombres que sufren esas historias. Hombres inocentes en contextos depravados, que conducen a la propia depravación del individuo. En estas bases se asienta “Fuga de ángeles”. Sus personajes: Eros, Tánatos, Hipnos, Narciso, Eco… Y junto a ellos una esposa, una mujer, un preso, una prostituta, un corifeo.
La atmósfera onírica se hace patente desde el inicio, y no por esto los personajes se hallan exentos de una profunda e inevitable carnalidad. Fantasía e instinto son las claves que definen la pieza, en una aparente, pero en el fondo inexistente, contradicción. Estos personajes, que cargan sobre sus hombros el peso atroz de una historia personal tan desviada como su carácter, llevan nombres vinculados a la mitología griega. No quisiera extenderme aquí sobre las razones de la actualización mítica en el mundo contemporáneo, baste recordar que todo mito se define por su representación de un comportamiento considerado universal, válido y aplicable a todos los lugares y a todos los tiempos (concepto asociado al de inconsciente colectivo de Karl Jung), un esquema de comportamiento profundamente humano, que clava sus raíces en la esencia más primitiva de los hombres. Porque nuestro teatro habla del hombre. No de historias, sino de los hombres que sufren esas historias. Hombres inocentes en contextos depravados, que conducen a la propia depravación del individuo. En estas bases se asienta “Fuga de ángeles”. Sus personajes: Eros, Tánatos, Hipnos, Narciso, Eco… Y junto a ellos una esposa, una mujer, un preso, una prostituta, un corifeo.
Cinco historias paralelas, aparentemente independientes en un principio, comienzan a entrelazarse hacia el final de la pieza. Un portero de hotel, homosexual e introvertido, y su esposa, verborrágica y demente; un policía, intelectual y desquiciado, y un preso; un padre primerizo, inseguro y desatento, y una prostituta con un pasado oscuro; un hombre con la mente de un niño huérfano, buscando a su madre muerta; un joven deportista, atlético, violento y avergonzado de su condición (castrado tras un accidente), y su novia, soñadora, amante, lunática, buscando en todas partes un hijo que no existe, pero que ella encontrará en cualquier lugar. Un caldo de cultivo para la explosión del desastre. Todas las cartas están jugadas al momento de comenzar la acción. Este dos de noviembre será el día en que todo cambie. En que los padecimientos tendrán fin, en el amor, en la vida y en la muerte. Porque, en definitiva, de eso hablan todas las historias.
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